«El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las trompetas han empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias.».
(José Saramago, Premio Nobel de Literatura)
Gran revuelo ha causado en las últimas semanas, la imagen del niño sirio fallecido en las costas de Turquía, como consecuencia de la decisión de su familia, de escapar de la guerra que hoy se vive en Siria.
Lo anterior ha puesto como tema obligado, en los distintos medios de comunicación alrededor del mundo, el drama de la migración existente en diversos puntos del orbe, donde grandes masas de personas son obligadas a abandonar sus territorios, en búsqueda de mejores oportunidades de vida, o en caso extremo, para no seguir arriesgando su propia existencia, debido a conflictos bélicos decididos en las más altas esferas del poder, movidos continuamente por intereses político-económicos. Tal como la historia se encarga de restregarnos en la cara día a día, las clases dominantes de cada país no tienen problema en sacrificar a sus pueblos, en aras de perpetuar sus puestos de privilegio, sosteniendo el incansable modelo de acumulación de capital, que succiona los recursos naturales de nuestro planeta, y saquea la riqueza generada por los trabajadores del mundo.
Pero como a la burguesía y oligarquía nacional e internacional no le interesa evidenciar el fondo del problema, prefiere abordar el asunto de los inmigrantes y refugiados de guerra, desde una perspectiva más “amable”, más superficial y, por tanto, menos reflexiva, evitando la discusión más profunda, que haga caer el velo que cubre las crudas consecuencias derivadas, inicialmente, del capitalismo (en sus distintas facetas), y hoy, del neoliberalismo, modelo político, económico y social que se extiende cada vez más por los rincones de este mundo globalizado.
Ejemplo de lo anterior son los anuncios que llegan desde el viejo continente, donde la Comisión Europea decidió darle rápido curso al nuevo plan de refugiados (como parte del llamado Protocolo de Dublín), que consiste en “un nuevo cupo de 120.000 demandantes de asilo para reubicar desde unos países a otros (…) La cifra triplica los 40.000 inicialmente propuestos en mayo y eleva a 160.000 el número total de refugiados sujetos a reubicación para aliviar a los países más presionados por el flujo de entradas” [1]. Este reparto se realizará en los diversos países que constituyen la Unión Europea (Alemania, Francia, España, Italia, Holanda, Suecia, etc.), basado “en criterios como población, desempleo, el número de refugiados ya presentes en el país y el peso de su economía” [2].
Sin embargo, más allá del mecanismo que se utilice, y las cifras concretas de refugiados que acogerá cada país europeo, lo cierto es que no existe mayor discusión, acerca de las causas del drama migratorio. La única imagen que se pretende dar al mundo es la de gobiernos europeos supuestamente comprometidos con el dolor de los miles de inmigrantes que, día a día, atraviesan fronteras, y el enorme acto de “humanidad” que constituye el formar parte de esta nueva política migratoria proveniente de la Comisión Europea. Las palabras del primer ministro británico David Cameron ponen en evidencia esta situación, ya que, luego de ceder ante la presión de la opinión pública inglesa, y finalmente aceptar la acogida de refugiados en sus fronteras, señaló que “actuando así, seguiremos mostrando al mundo la compasión extraordinaria de nuestro país” [3].
Lo expuesto nos lleva a preguntarnos: ¿Es realmente un acto de compasión, la reacción de Europa ante el constante flujo de inmigrantes que escapan de la miseria y la muerte, desde sus países de origen? ¿Debemos aplaudir a los países del primer mundo, por su “extraordinaria humanidad”, al adherirse a nuevas políticas de refugiados? ¿O acaso estos actos no debieran constituirse como un paso obligatorio e inexcusable, una exigencia mínima a las potencias mundiales, en el camino de otorgar justicia histórica a las naciones que han sido sistemáticamente explotadas por estos mal llamados “países desarrollados”?
Para dar respuesta a estas interrogantes, hagamos un breve ejercicio histórico que, aunque acotado, puede resultar muy clarificador. La Figura 1 muestra los territorios colonizados, a principios del siglo XVIII (año 1700 en adelante), por España, Portugal, Francia e Inglaterra, además de algunos imperios existentes en ese tiempo. Allí se observa cómo en distintas zonas del mundo (América, África y Asia), las potencias europeas empezaron a someter pueblos enteros a regímenes de esclavitud, determinando fuertemente su futuro, al saquear cuantiosas cantidades de recursos naturales, que fueron puestos a disposición de los Estados del viejo continente. Este proceso se vio incrementado en magnitud con la Revolución Industrial (fenómeno iniciado en la segunda mitad del siglo XVIII) que proveyó de la tecnología necesaria, para acelerar los procesos de colonización en territorios cada vez más alejados de Europa. Aquello permite tener una primera noción, acerca del por qué las naciones más “desarrolladas” se encuentran principalmente en esta zona del mundo.
En las primeras décadas del siglo XIX, África fue progresivamente colonizada por Francia, Inglaterra, España, Italia, Alemania y otros países europeos, como se observa en la Figura 2.
Así, a finales del 1800 y comienzos del 1900 (siglo XX), distintos países europeos, a los que se unieron Estados Unidos, Japón y Rusia, habían extendido sus radios de colonización, imperialismo y, por consecuencia, explotación, a prácticamente todos los territorios del mundo, como se muestra en la Figura 3.
Lo expuesto antes, si bien no es un profundo estudio histórico sobre los fenómenos de colonialismo e imperialismo (y no es nuestra intención que así sea), sí entrega algunas luces sobre cómo se forjaron los destinos de las naciones más y menos desarrolladas. Y si a ello agregamos las relaciones geopolíticas actuales, y cómo hoy tenemos países subdesarrollados, donde su principal actividad económica es la exportación de materias primas pobremente procesadas, sin mayor desarrollo de sus industrias nacionales (Chile es un buen ejemplo), es posible comprender el por qué de la existencia de países en América, África y Asia, aún con enormes cantidades de recursos naturales estratégicos, y sin embargo, en constante situación de subdesarrollo, mientras los países más desarrollados gozan de una situación que se podría catalogar como “envidiable”, toda vez que sus ciudadanos cuentan con ciertos derechos básicos cubiertos, necesidades elementales satisfechas, a la espera, por supuesto, de lo que decida la clase dominante, los dueños del poder, en relación hacia dónde debe caminar el mundo en las próximas décadas.
Volviendo a las preguntas planteadas anteriormente, resulta, a lo menos, hipócrita, la posición de los países europeos, respecto a la situación de los inmigrantes alrededor del mundo, y específicamente ahora, en relación a los refugiados de guerra provenientes de Siria, país ocupado a inicios del siglo XX por naciones como Inglaterra y Francia, hasta la entrega del territorio, por parte de los franceses al pueblo sirio, en el año 1946. Es mentiroso y siniestro plantear un supuesto plan de ayuda a los refugiados, que al mismo tiempo tiene por objetivo “endurecer las condiciones para los migrantes económicos y facilitar sus expulsiones hasta el punto de que sean detenidos y encerrados para ser expulsados y no como hasta ahora, que en muchos casos se les notifica un plazo en el que deben salir de la Unión Europea pero no se lleva a cabo la expulsión y el migrante se queda en Europa de forma ilegal” [4]. Es decir, la “ayuda” tiene fecha de término (mientras pasa la “emergencia”, forma eufemística de llamar a las guerras promovidas por las grandes potencias), momento en el cual los países de la Unión Europea (UE) tienen libertad de acción, para expulsar a quienes antes ayudaron, bajo el argumento que sus países de origen estarían en condiciones de recibir nuevamente a sus compatriotas, pasando por alto que, en la mayoría de los casos, las nuevas condiciones de normalidad de tales países se caracterizan por cambios en el modelo político, económico y social, bajo nuevas reglas emitidas desde las mismas grandes potencias, sin independencia real de sus pueblos.
Nos quieren vender una imagen de extraordinaria benevolencia, con acuerdos entre Estados desarrollados que constituirían grandes actos de nobleza y compasión. Sin embargo, lo concreto es que Europa se enfrenta hoy a las consecuencias de siglos de explotación, robo y exterminio de pueblos y sus recursos naturales, situación vigente hasta nuestros días, como queda en evidencia cada vez que las potencias mundiales promueven nuevas invasiones y guerras en territorios que no les pertenecen, usurpando los sueños de justicia y libertad de los pueblos más explotados de nuestro planeta, y condenándolos a la miseria y muerte.
Lo cierto es que, de no existir condiciones de explotación de unos seres humanos sobre otros, no habría necesidad de nuestra gente de abandonar sus territorios, con la ingenua esperanza de encontrar mayor prosperidad en países denominados “del primer mundo”. Por ello, mientras no se aborde el problema desde la raíz, borrando de la faz de la Tierra todo modelo político-económico centrado en la continua e irracional acumulación de capital (como ocurre con el capitalismo, y hace unas décadas, con el neoliberalismo), que explota a hombres, mujeres, niños y a la naturaleza en su conjunto, y construyamos un modelo de sociedad basado en la justicia social de nuestros pueblos, en su derecho al bienestar colectivo, al desarrollo pleno de cada uno de sus habitantes, en su derecho a vivir en paz, no existirá bienestar real y definitivo de nuestra gente y sociedades. Bajo nuestra perspectiva, mientras el horizonte no sea la construcción del socialismo, seguiremos condenando a más generaciones humanas a una existencia miserable y tortuosa, sin más sueños que el de la propia sobrevivencia, con la esperanza que quizás, algún día, los dueños del poder recuperen el juicio que nunca han tenido, y nos devuelvan voluntariamente todo lo que, por siglos, nos han arrebatado.
Felipe Muñoz
Presidente de Los Hijos de Mafalda
“El Mayor Compromiso Con Nuestro Pueblo Es La organización.
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Los Hijos de Mafalda
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[2] https://www.clarin.com/mundo/Europa-reparto-inmigrantes-refugiados_0_1426657444.html